Hace un par de fines de semana tuvimos la oportunidad de ver en escena a Mario Iván Martínez, este excelente histrión que en su faceta de cuenta cuentos logra echar a volar la imaginación de chicos y grandes.
Debido a que estaba atendiendo cuestiones laborales (en sábado dirán? sí, sí, larga historia, aburrida y odiosa, ni modo), no alcanzamos a ver el show desde el inicio, además de que el tránsito por la zona del Teatro de la Ciuda estaba insoportable -igual que el calor-. Así que llegué con Valentina para la segunda parte de la presentación.
Lo bueno fue que íbamos escuchando por la radio uno de los cuentos, que logró captar la atención de Valentina.
Finalmente llegamos y entramos al teatro, todo oscuro, repleto, lleno, de niños y sus papás o tíos, abuelos, primos, en fin un gentío.
Nos quedamos parados en las escaleras laterales y pronto Valentina centró su atención en aquel personaje vestido de manta, con un sombrero de palma, pero que para nada tenía pinta de ser autóctono o de alguna etnia, no, todo lo contrario, un güerejo dientón, simpaticón.
Pronto Valentina sonreía y se reía, y gozaba con el relato de aquel personaje, apoyado con una buena iluminación y una música totalmente sincronizada.
Afortunadamente, poco después una señora y sus niños dejaron libres unos lugares en excelente ubicación, justo a la la mitad de la fila, a unas 10 o 15 filas del escenario. Claro, esperé un tiempo prudente por si la señora solo había salido momentáneamente, pero no, luego me di cuenta que su salida fue definitiva y Valentina y yo ocupamos nuestros nuevos lugares.
Eran 3 butacas vacías. Me senté en una y senté a Vale en la contigua. Pensé que podría estar más cómoda en asiento solo para ella, pero los resortes o el mecanismo que hace que las butacas estén dobladas cuando no están ocupadas, era más fuerte y el peso de Vale no era el suficiente para mantener abajo le butaca, así que la senté conmigo, en mis piernas.
Dese ahí aplaudimos y disfrutamos el resto del espectáculo, con canciones, bailes y mucho color.
Valentina estuvo feliz y la verdad que ese Mario Iván es un gran cuenta cuentos, nos tuvo atentos a sus relatos, contados con mucha gracia y un ritmo ameno. Fue una gran experiencia de Valentina, sin duda la repetiremos si se llega a dar la ocasión.
Después, estuvimos paseando un rato por el Parque Convivencia Infantil, contiguo al Teatro. A Valentina le encanta. No es un parque de diversiones de esos trasnacionales, no. Es más bien del tipo feria, con juegos mecánicos de los que te encuentras en las ferias, con muchos árboles, lo cual nos protegió del calorón que estaba haciendo.
Pero la sonrisa en el rostro de Valentina es lo que nos blinda del calor, del cansancio, de tener que haber trabajado en día de descanso. El que ella haya estado contenta y feliz es lo que nos motiva más. Ella no sabe de calor, de trabajo, si es tarde o temprano, ella solo quiere ser feliz. Bien vale la pena por una sola de sus sonrisas, que tenga recuerdos bonitos y alegres de su infancia.
Valentina, eres la luz de mis ojos.
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